domingo, 21 de septiembre de 2008

Eurotour (6.2)

Día 6 (01-01-03): “Año nuevo II”

Intermezzo.

Alrededor de las 15 horas nos tocaron la puerta. Era la Sra. Lisiuk invitándonos a comer. Estaba toda la familia, menos Wolfgang, quien seguramente estaba con su novia. El almuerzo estaba muy bueno, con brindis y todo. Tras la comida, fuimos a caer al albergue a ver si había alguien. Pero no había nadie.
Nos quedamos abajo en algo así como un lobby esperando a que llegaran pero nada pasaba. Me dio sed y decidí comprarme una bebida de máquina. Me salió una en botella en vez de lata. Al terminarla, no sabía que hacer con ella, no había basureros cerca. La llevé a la recepción y le pregunté al tipo dónde la podía botar. El sujeto me la recibió y sacó de la caja 25 centavos para mí. Le di las gracias y me sorprendí por lo “freak” de la transacción. Más tarde sabría la verdad: el “Pfand zurück”.
Durante todo este momento con mi amigo Peich observábamos un grupo de gente que conversaba amenamente. A la cabecera estaba un sujeto de rasgos medios soviéticos, al que se le notaba que el alcohol se le había subido a la cabeza. Pero eso no superó el momento diabólico del día. En las escaleras había un grupo de gente con rasgos medios enfermitos, que miraban como el soviético se hacía el interesante. Pero en eso, desde arriba se comienzan a sentir unos gritos desgarradores: ¡Mensch! ¡Aaaaargh! ¡Yaaaaaa!
A medida que la potencia de los gritos aumentaban, se sentían zancadas bajando los escalones. Me imaginé cualquier cosa menos lo que vi, pensé incluso en un nazi de 1,90 sacado de un campo de concentración, además de que no vimos ninguno en año nuevo. Pero no. Resultó ser una vieja chica con cara de hombre y un potente vozarrón, escoltada por un grupo de gente. Y seguía: ¡Mensch! ¡Nyaaaa! ¡Daaaaa!
Fue brutal. Por eso decidimos optar por lo sano y al rato fuimos con Peich a dar una vuelta. Al rato regresamos y subimos. Estaban las chicas del B. Les convidamos un poco de los berlines que nos habían dado para el año nuevo en la casa. Al momento regresó el resto y Vilaboa fue a preparar su maleta porque se iba en la noche a París.
Antes de salir, nos dividimos en 2 grupos: las niñas Maru, Cata, Karin y Katherine volvieron al pub a buscar la famosa chaqueta. Cuando le comentamos sobre este hecho a la Sra. Ana María, ella ofreció uno de los abrigos del closet. Pero le dijimos que no sabíamos si íbamos a volver a ver a esta chiquilla.
Con Wilhelm, Benja, Vila, y los demás fuimos al famoso Hard Rock Café. Antes de salir, me tomé un Red Bull, ja ja. El trayecto estuvo algo accidentado, puesto que con el frío de ayer, las calles estaban congeladas y por ende, resbalosas. Afortunadamente no me caí. El local era espectacular, con muchas cosas para mirar. Estaba lleno de guitarras colgando en la pared. Había una de Metallica también. Me dio risa una foto de Pantera en su época más fleta. Vimos el menú y todo estaba visceralmente caro. Afortunadamente nuestro amigo Peich había encontrado 10 € botados en el camino. Con eso pedimos unos Spring Rolls y también con unos centavitos del bolsillo pedimos un vaso chico de cerveza para todos. Alguien sacó un par de fotos y nos fuimos. Recuerdo un grupo de amigos que comía brutalmente al lado nuestro, les debió haber salido carísimo. Javier se compró una polera del Hard Rock Café. Después volvimos al albergue a buscar el equipaje de Vilaboa y de ahí a la estación. Mientras nos despedíamos de nuestro amigo, Carole y Chofa miraban morbosamente como un par de homosexuales se despedían cariñosamente.


Tomada por Ariffin en Flickr

Tras la salida del tren, bajamos a comprar el boleto de Cervatín, quien nos iba a acompañar a Praga. Le compramos uno para las 15:35 (nosotros usábamos el ticket mágico de varios de días). Después Carole y Chofa se quedaron muchísimo rato hablando con la empleada de informaciones. De ahí salió la expresión: “Se quedaron jugando Magic (The Gathering, el juego de cartas)”.
Finalmente terminaron y emprendimos camino a casa. Hasta que nos encontramos con un cybercafé que se veía barato. La hora costaba 0,65 eutos, pero uno podía hacerse un ticket de más o menos dinero. Benjita metió una moneda de 2 euros y se metió a un PC: Aprovechando, me hice un ticket de medio euro. Aproveché de escribir, puesto que la conexión en el departamento era demasiada cara (se conectaban por módem). Me terminaron apurando, porque escribía de lo lindo y querían irse. En el metro, ocurrió lo peor de la vida y me enseñó una gran lección.
Quedaba 1 minuto para la llegada del próximo metrotren, cuando las chicas se percataron de que habían olvidado los folletos que les habían pasado en la estación de trenes. Dijeron que nos fuéramos igual, pero a ellas les daba “plancha” volver de nuevo. Pero por el solo hecho de ser mujeres, solas, y en un país extraño, teníamos la obligación moral por así decirlo, de no dejarlas. En el cybercafé no estaban las hojas estúpidas. De hecho las encontramos tiradas en la calle, bajo unas mesas y mojadas más encima, puesto que empezó a llover fuerte.
Cuando volvimos a la estación nos dimos cuenta de algo: Ya no pasaban trenes. Nada podía ser peor. Me enojé mucho con estas cabras, pero me guardé el odio para adentro. Tenían la culpa, pero no se merecían ninguna clase de reto en realidad. El regreso fue infernal.
Benjamín se sentía medio enfermo y las chiquillas caminaban muy lento. Afortunadamente se me quitó un poco la ira en ese momento porque como iban más atrás me pudieron avisar cuando se me cayó un guante.
Pero lo peor, fue que nos mojamos mucho, demasiado. Las chiquillas llegaron a tener agua en las zapatillas (Menos mal mis zapatos eran impermeables y en ningún momento sentí frío en los pies, en cambio la parca igual se pasó un poco el agua).
Caminamos, caminamos y caminamos. En una parte doblamos y caminamos harto. En ese momento sentí que algo estaba mal. Nos detuvimos en un paradero de bus y miramos el mapa ¡En el momento que doblamos fue en la dirección contraria! Fue fatal. Las chicas ya no podían caminar más por el frío y el cansancio. Incluso querían pedir un taxi, pero eso salía un ojo de la cara. Con Benjamín le preguntamos a un solitario hombre que esperaba un bus si viajaban buses a esta hora a Kurfürstenstraße y dijo que sí. Mientras discutimos sobre qué hacer, Benjita dijo: “El bus viaja cada 30 minutos.”
En eso, el tipo del paradero dijo: “20 minutos (en castellano).”
Fue como ¡plop! Pero seguimos hablando entre nosotros. El tipo preguntó de nuevo en castellano: “¿Ustedes van a Kurfunsterstraße (sin pronunciar la “ü”)?”
Le respondimos que sí.
- Yo también voy a Kurfunsterstraße – siguiendo con su castellano demostrando que era latino, como nosotros.
- Si quieren yo los guío – dijo amablemente.
Resultó que era colombiano, notándose en su acento.
Al rato de discutir quedamos en que Carole, Chofa y Wilhelm se quedarían en el paradero con un extranjero desconocido, mientras que Javier, Benjamirri y yo nos haríamos el recorrido a pie.
Al final llegamos a Kurfünsterstraße solamente un minuto después que ellos. Menos mal, así nos ahorramos 2 euros. Nos despedimos del amable sudaca y con Cervatín corrimos al Burger King porque el hambre mataba. Pero malas noticias: Estaba cerrado.
Yo casi llego a gritar de rabia. No podía creer en tanta mala suerte junta. Enojado, regresé con mi amigo Javier a casa donde me comí la comida que la Sra. Lisiuk encantadoramente nos había dejado en la pieza y fui feliz.

«Nadie puede…»

1 comentario:

Javier dijo...

Wo, heavy, había caleta de weás que no me acordaba.

Y, a todo esto, ¿cuál era la gran lección que te enseñó el fatídico suceso?

Respecto del latino, yo diría que dijo algo así como: "Kurfursten-estraßer"... más infame aún. Jajaja. Pobre sudaca... y nosotros.